El apego está relacionado con el sufrimiento y éste con estar dormido. Para saber si estamos dormidos hay un criterio ¿Sufrimos? Pues estamos dormidos. El dolor existe, pero no el sufrimiento. El sufrimiento no es real, sino una obra de la mente. Si tenemos problemas es que estamos dormidos. La vida no es problemática. Es el “yo”, la mente humana quien crea los problemas. El sufrimiento no está en la realidad sino en nosotros mismos.
Estar despierto es aceptarlo todo, no como ley, ni como sacrificio, ni con esfuerzo, sino por iluminación, aceptarlo todo porque lo ves claro y ya nada ni nadie te puede engañar. Es despertar a la Luz. El dolor existe, y el sufrimiento sólo surge cuando te resistes al dolor. Si aceptamos el dolor, el sufrimiento no existe. El dolor se puede aguantar, lo que es inaguantable es tener el cuerpo aquí y la mente en el pasado o en el futuro. Lo insoportable es querer distorsionar la realidad. Es una lucha inútil como inútil es el resultado: el sufrimiento. No se puede luchar por lo que no existe.
No hay que buscar la felicidad en donde no está, ni tomar la vida por lo que no es vida porque entonces estaremos creando un sufrimiento que sólo es resultado de nuestra ceguera y con él viene el desasosiego, la congoja, el miedo, la inseguridad… Nada de esto existe sino en nuestra mente dormida. Cuando despertamos, se acabó.
Cuando sufrimos, ¿estamos dispuestos a separarnos del sufrimiento lo necesario para analizarlo y descubrir el origen que está detrás? Es preferible sufrir un poco más hasta que nos hartemos y estemos dispuestos a ver. O despertamos, o la vida nos despertará.
El mundo está lleno de dolor, que genera sufrimiento. La raíz del sufrimiento es el deseo. Para arrancar el dolor hay que arrancar el deseo. Los deseos no son más que apegos.
Hay un deseo común, que es el cumplimiento de lo que se cree que va a dar felicidad al yo, al ego. Ese deseo es apego, porque ponemos en él la seguridad, la certeza de la felicidad.
Es el miedo que nos hace desear agarrar con las manos la felicidad, y ella no se deja agarrar. Ella es. Esto sólo lo descubrimos observando bien despiertos, viendo cuándo nos mueven los miedos y cuándo nuestras motivaciones son reales. Si nos aferramos a los deseos, es señal de que hay apego.
El apego habrá perdido la batalla cuando lo descubras, y ya no tendrá el poder que la inconsciencia le daba. Tú mandarás sobre él.
La aprobación, el éxito, la alabanza, la valoración, son las drogas con las que nos ha hecho drogadictos la sociedad, y al no tenerlas siempre, el sufrimiento es terrible.
El día en que entremos de pleno a nuestra realidad, el día en que ya no nos resistamos a ver las cosas como son, se nos irán deshaciendo las ceguedades. Puede que aún sigamos teniendo deseos y apegos pero ya no nos engañaremos.
El estar despierto y miran sin engaños no quiere decir que desaparezca la programación, sino que allí estará, pero la veremos claramente, y al apego lo llamaremos apego, y a lo que creíamos amor lo llamaremos egoísmo.
No existe necesidad:
- de ser popular
- de ser amado o aceptado
- de estar en posición de relevancia o ser importante
Éstas no son necesidades humanas básicas. Son deseos que nacen del ego, el yo condicionado, del mío. Algo profundamente incrustado en ti. Tu Yo no tiene interés en estas cosas. Él ya tiene todo lo que necesita para ser feliz.
Todo lo que necesitas es concientizarte de tus apegos, de las ilusiones que esas cosas son y estarás en camino hacia la libertad.
Las cosas son lo que son. No son mías, tuyas o de él. Esto es una mera convención entre nosotros.
No has de apegarte a ninguna cosa, ni a ninguna persona, ni aún a tu madre, porque el apego es miedo, y el miedo es un impedimento para amar.
La felicidad es tu esencia, tu estado natural, y por ello, cuando algo se interpone, la oscurece, y sufres por miedo a perderla. Te sientes mal porque ansías aquello que no eres. Es el apego a las cosas que crees que te proporcionan felicidad lo que te hace sufrir.
Lo malo es que la mayoría equipara la felicidad con conseguir el objeto de su apego, y no quiere saber que la felicidad está precisamente en la ausencia de los apegos, y en no estar sometido al poder de ninguna persona o cosa.
Si buscas ser feliz, procura no perseguir tus deseos, porque ellos no son respuesta para tu vida. Para ser feliz, abandona tus deseos o transfórmalos, entendiendo preferentemente su limitado valor. La realización de los deseos trae alivio y bienestar, no felicidad.
La raíz de todo sufrimiento es el apegarse, el apoderarse. Apegarse no es más que proyectar el ego, el mío sobre alguna cosa. Tan pronto como proyectas el yo en algo, el apego se instala.
Cuando retiramos lentamente las palabras “yo, mi, mío” de nuestras propiedades, campos, ropas, sociedad, congregación, país, religión, de nuestro cuerpo, de nuestra personalidad, el resultado es liberación, libertad. Cuando no hay yo, las cosas son lo que son. Dejas que la vida sea vida.
Tú no tienes que impresionar a nadie, nunca más. Estás completamente cómodo con todo el mundo, no deseas nunca más nada de nadie. El no cumplimiento de sus deseos no te hace infeliz.
Si comprendieras tus deberes, apegos, atracciones, obsesiones, predilecciones, inclinaciones, y si te desprendieras de todo eso, el amor aparecería.
Donde no hay deseo o apego no hay miedo porque el miedo es la cara opuesta del deseo, inseparable de él. Sin esta clase de deseos, nadie te puede intimidar, ni nadie te puede controlar o robar porque si no tienes deseos, no tienes miedo a que te quiten nada.
Donde hay amor no hay deseos y por eso no existe ningún miedo. En cuanto nos desprendemos de los deseos o apegos podemos amar. A lo que normalmente llamamos amor, no lo es en realidad, es todo lo contrario a lo que el amor significa.
El enamorarse no es amor, es desear para ti una imagen que te imaginas de esa persona. Por eso en cuanto conocemos la realidad de esa persona, si no coincide con lo que nos imaginábamos, nos desenamoramos. La esencia de todo enamoramiento son los deseos y estos deseos generan celos y sufrimiento porque al no estar asentados en la realidad viven en la inseguridad y en la desconfianza del miedo a que todos los sueños se vengan abajo.
El enamoramiento:
- Proporciona emoción y exaltación que gusta a las personas con inseguridad afectiva y alimenta una sociedad que hace de ello un comercio
- Sólo se alimenta de desilusiones e imágenes idealizadas.
- Supone una manipulación de la verdad y de la otra persona para que sienta y desee lo mismo que nosotros.
- Es una enfermedad y una droga del que no está capacitado para amar libre y gozosamente.
La gente insegura no desea felicidad de verdad porque eso entraña libertad, prefiere la droga de los deseos. Con los deseos viene el miedo, la ansiedad, tensiones, desilusión y sufrimiento continuos.
Donde hay miedo no hay amor.
Al despertar, la inseguridad termina, vemos la realidad tal cual es y desaparece el miedo. Entonces, al no tener miedo, podemos amar a las personas tal cual son, sin apegos, sin condiciones, sin egoísmo y esta forma de amar es un gozo sin límites.
Hay dos tipos de deseos:
1) El deseo de cuyo cumplimiento depende mi felicidad. Esto es una esclavitud, una cárcel, pues hago depender de su cumplimiento o no mi felicidad.
2) El deseo de cuyo cumplimiento no depende mi felicidad. En este tipo de deseo no te lo juegas todo a una carta y deja la puerta abierta a otra alternativa.
Pero existe una tercera opción donde lo importante no es ganar o perder, sino jugar.
Cuando se hace algo por el simple gozo de hacerlo, sin deseo de recompensa, es mucho mayor el gozo y mucho más seguro el éxito. El deseo de triunfo y el resultado para conseguir el premio se convierten en el enemigo robando la visión, la armonía y el goce.
Cuando un arquero dispara simplemente por deporte, aplica toda su destreza. Cuando apunta a un premio de oro, queda ciego, pierde la razón, ve dos blancos. Su habilidad no cambió, pero sí el premio. Se preocupa más por vencer que por tirar. Y la necesidad de ganar lo vació de poder. La ambición quita poder.
El deseo marca siempre una dependencia. Pero depender de otra persona para tu propia felicidad es un peligro que va en contra de la vida. El tener una dependencia de otra persona para estar alegre o triste es ir en contra corriente de la realidad pues la felicidad no viene de afuera sino de adentro.
Se dice que tenemos necesidades emocionales como ser querido, se apreciado, pertenecer a otro, que se nos desee… pero eso no es verdad y cuando se sienten estas necesidades es una enfermedad que viene de la inseguridad afectiva.
Hay muchos individuos para quienes la cualidad de “Carencia de deseos” es verdaderamente difícil, porque sienten que sus deseos son ellos mismos, y que si desechan sus deseos peculiares, sus gustos y disgustos, dejará de existir su yo.
En tanto un deseo no satisfecho sea causa de infelicidad, el hombre estará identificado con sus deseos. Es conveniente reconocer este hecho y admitirlo pues es muy fácil creer que se ha logrado separarse de sus deseos cuando en realidad no es así. El primer paso para esto es saturarse de la idea de que nosotros no somos nuestros deseos. Tanto nuestros deseos como nuestro estado de ánimo están cambiando ahora ninguno de esos estados variables de ánimo somos nosotros, son simplemente vibraciones del cuerpo astral ocasionadas por el contacto externo. Por esa razón se recomienda la meditación pues no es posible meditar correctamente en tanto no se haya logrado un aquietamiento de los deseos. Si se medita concienzudamente y regularmente se va comprendiendo poco a poco que existe un ego detrás de los deseos y entonces no nos identificaremos ya más con los deseos sintiendo “yo quiero” o “yo deseo” sino que entenderemos que ése es el yo inferior manifestándose.
Muchas son las personas que no hacen el esfuerzo para distinguirse de sus deseos y dicen: “Así me hizo Dios” “Yo soy así” y no comprenden que son ellos los que se han hecho así en sus vidas pasadas y tienen la costumbre de considerar su carácter como algo inalienable.
El discernimiento, la facultad de distinguir entre lo real y lo ilusorio, nos muestra que las cosas que los hombres más desean, como la riqueza y el poder, no tienen valor alguno y esto sólo sirve para alimentar los deseos pero no trae la felicidad como se puede comprobar al observar a los ricos quienes de ninguna manera se constituyen en una clase de seres felices. El hombre sabio se satisface con lo que le venga, lo que significa que le dará un uso a lo que esté a su alcance sin perder el tiempo y la energía en ambicionar algo diferente. Cuando esto no sólo se dice, sino que se siente de verdad, cesa todo deseo de ellos.
Algunos cesan de perseguir los bienes terrenales con la motivación incorrecta de alcanzar la liberación personal y esto es un error ya que todo deseo egoísta ata, por más elevado que sea su objeto. El deseo del cielo pertenece a la personalidad
Cuando desaparezcan todos los deseos que se refieren al yo, todavía puede existir el deseo de ver los resultados de nuestra obra, podemos desear que aquel a quien hemos ayudado lo vea y lo agradezca y eso es todavía deseo y falta de confianza.
Eso es lo que se llama “no trabajar por el fruto”. Si estamos pendientes del resultado estaremos perdiendo el tiempo.
Cuando hacemos un esfuerzo para ayudar debe haber un resultado tanto si lo vemos como si no ya que ésa es la manera de actuar la Ley. Debemos pues obrar rectamente por amor a lo recto y no con la esperanza de recompensa, debemos trabajar por amor al trabajo y no con la esperanza de ver el resultado.
No debemos desear brillar o parecer superiores. Es mejor hablar poco y mejor todavía es callar hasta que estemos seguros que lo que vamos a decir es verdadero, bueno y puede ayudar a otros. Antes de hablar debemos pensar cuidadosamente si lo que vamos a decir posee estas tres cualidades.
Lo mejor es acostumbrarse desde el primer momento a pensar cuidadosamente antes de hablar, fijarnos en cada palabra, no sea que digamos aquello que no debe decirse. Mucha habladuría vulgar es insensata y vana; cuando es chismosa es maligna. Es mejor acostumbrarse a escuchar, mejor que a hablar y no exponer opiniones a menos que se nos pidan directamente. Los que gustan de estar hablando siempre, no siempre pueden decir cosas sensatas. Por eso dicen cosas que mejor sería no escuchar y que contribuyen a aumentar la tremenda murmuración que hay en el mundo, causando así tremendos daños al permitirse ser dominados por la lengua. La gente charlatana derrocha energías que deberían ser empleadas en cosas útiles. Debemos hablar sólo cuando haya buenas razones para ello, cuando lo que vamos a decir sea conveniente. No es éste el hablar que debemos evitar, sino el hablar inútil. Cada palabra inútil es un ladrillo que ustedes van poniendo en la pared que los separa del Maestro. En resumen, las cualidades son; saber, querer, osar y callar.
Otro deseo común que debemos reprimir severamente es el de inmiscuirnos en los asuntos de los demás. Lo que otro diga, haga o crea no es cosa nuestra y él tiene perfecto derecho al pensamiento, palabra y acción libres, mientras no se meta con otro. No debemos intervenir estorbando las creencias de los demás mientras que tales acciones no redunden en daño general.
Si vemos un caso de crueldad contra un niño o un animal, nuestro deber es defenderlos. Si estamos encargados de instruir a otra persona, es nuestro deber reprender afectuosamente sus faltas. Excepto en semejantes casos, debemos ocuparnos de nuestros propios asuntos y ejercitar la virtud del silencio.
Dice el Maestro Pablo el Veneciano:
El apego personal a personas, sitios, condiciones o cosas causan mucho pesar cuando el individuo está encarnado en la Tierra y, de ser posible, aún más después de que una persona pasa por el cambio llamado "muerte". El magnetismo (cuando se le tiñe con egoísmo o motivos personales, conocidos o desconocidos) que literalmente hipnotizan el alma hacia su creación, es una tremenda línea de energía concentrada que ata el alma a su creación, o a los individuos con los cuales esa alma se ha cosido.
Cuando el servicio, tal cual lo ofrecemos y lo practicamos, se hace IMPERSONALMENTE (por más que Nuestros sentimientos energicen la bendición), no contiene esta "energía apresante"; y tantos los individuos como las bendiciones manifiestas se convierten (como debe ser) en parte de la herencia de la raza. Así, también Yo puedo recomendarles que todo servicio que presten, lo sea para gloria de Dios y para el establecimiento de Su Reino en esta Tierra, sin la más mínima consideración o pensamiento de parte suya a GANANCIA PERSONAL, RECONOCIMIENTO O RECOMPENSA. El Padre que está en los Cielos lo ve todo, y los recompensará en la misma medida.
Tomado del Libro "El Apego y el Sendero de la Iluminación" de Anthony DeMello
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