viernes, 1 de julio de 2011

LA INOCENCIA Y LA MEDITACIÓN

La inocencia y la espaciosidad son el florecer de la meditación. Para que haya inocencia ha de haber espacio. Y la inocencia no es inmadurez. Puede que físicamente usted sea una persona madura, pero el espacio inmenso que el amor hace nacer en uno no es posible si la mente no está libre de las innumerables huellas de la experiencia. Son las cicatrices de la experiencia las que impiden que uno sea inocente. El librar a la mente de la presión constante de la experiencia es meditación.

Justamente en el instante de ponerse el sol, nos envuelve una extraña quietud y la sensación de que todo cesa alrededor de nosotros, aunque sigan pasando los autobuses y los taxis, y el ruido continúe. Este sentido de alejamiento parece penetrar el universo entero. También usted debe de haber experimentado esto alguna vez. A menudo llega inesperadamente; un extraño silencio y paz parecen derramarse desde los cielos y cubrir la tierra. Es una bendición, y por ella se torna infinita la belleza del atardecer. Dan la impresión de formar parte de ella la carretera reluciente tras la lluvia, los carros de servicio, el parque vacío; y la risa de la pareja que pasa en modo alguno perturba la paz del atardecer.

Se recortaban en el cielo las siluetas negras de los árboles desnudos, de delicadas ramas, que esperaban a la primavera; y ésta se hallaba ya a la vuelta de la esquina, apresurándose a encontrarse con ellos. La hierba tenía un nuevo verdor y estaban en flor los frutales. La campiña iba lentamente animándose de nuevo, y desde la cima del monte se divisaba la ciudad, sembrada de cúpulas, entre las que destacaba una, más alta y arrogante que las demás. Se veían desde allí las copas chatas de los pinos, y la luz crepuscular caía sobre las nubes. Todo el horizonte parecía estar lleno de esas nubes en hileras, que se amontonaban frente a las colinas formando figuras de lo más fantástico, castillos como el hombre jamás había construido. Había profundos abismos y picos elevados. Todas aquellas nubes estaban iluminadas por un resplandor rojo oscuro; algunas refulgían, y la luz no parecía llegarles del sol, sino nacer de un fuego interno.

Las nubes no creaban espacio; estaban en el espacio, que parecía extenderse hasta el infinito, de eternidad en eternidad.

Un mirlo cantaba en un arbusto cercano, y aquélla fue la bendición eterna.

Eran tres o cuatro hombres, que habían traído consigo a sus esposas, y nos sentamos todos en el suelo. Desde allí, las ventanas quedaban demasiado altas para poder ver el jardín o la pared opuesta. Todos eran profesionales. Uno dijo que era científico, otro, matemático, y otro, ingeniero; eran especialistas, que no habían traspasado los linderos de su área de trabajo concreta, a diferencia de lo que hace el río después de una fuerte lluvia. Y es ese desbordamiento lo que enriquece el suelo.

El ingeniero preguntó: «Con frecuencia habla usted acerca del espacio, y todos estamos interesados en saber a qué se refiere. El puente cubre el espacio que hay entre dos riberas o entre dos colinas; una represa llena de agua forma un espacio; hay espacio entre nosotros y el universo en expansión; hay espacio entre usted y yo. ¿Es esto lo que usted quiere decir?».

Los otros apoyaron lo expresado; debieron de haber hablado acerca de ello antes de llegar aquí. Uno dijo: «Yo lo explicaría de manera distinta, en términos más científicos, pero viene a ser poco más o menos lo mismo».

Hay espacio que divide y encierra, y espacio sin límites. El espacio entre el hombre y el hombre, en el que germina el mal, es el espacio limitado de la división; hay división entre lo que es usted y la imagen que tiene de sí mismo; hay división entre usted y su esposa; hay división entre lo que usted es y el ideal de lo que le gustaría ser; hay división entre colina y colina. Y, luego, existe la belleza del espacio que no tiene límites de tiempo ni de extensión.

¿Hay espacio entre un pensamiento y otro, entre un recuerdo y otro? ¿O no hay espacio alguno entre pensamiento y pensamiento, entre razón y razón, entre la salud y la enfermedad, pues la causa se convierte en efecto, y el efecto en causa? Si hubiera una separación entre pensamiento y pensamiento, entonces el pensamiento sería siempre nuevo; pero como no hay separación, como no hay espacio, todo pensamiento es viejo. Puede que no sea usted consciente de la continuidad de un pensamiento; puede que lo retome una semana después de haberlo dejado atrás; pero ese pensamiento nunca ha dejado de actuar, ha estado funcionando dentro de los viejos límites. Esto significa que la totalidad de la conciencia, el consciente y el inconsciente —palabras que desgraciadamente hemos que usar—, está dentro del espacio estrecho y limitado de la tradición, la cultura, la costumbre y los recuerdos. La tecnología puede llevarle a usted a la Luna, y puede usted construir un puente arqueado sobre un abismo, o instaurar cierto orden dentro del espacio limitado de la sociedad, pero esto volverá a engendrar desorden. El espacio existe, no sólo más allá de las cuatro paredes de esta habitación; también existe el espacio que la habitación crea. Existe el espacio cerrado, la esfera que el observador crea en torno a sí y a través de la cual ve lo observado —que a su vez crea otra esfera a su alrededor—. Cuando el observador mira las estrellas al atardecer, su espacio es limitado. Quizá sea capaz de ver, por medio de un telescopio, muchos miles de años luz; pero es él quien crea ese espacio, y por lo tanto es un espacio finito. La distancia entre el observador y lo observado es espacio, y es el tiempo que se requiere para cubrir ese espacio. No solamente hay espacio físico, sino que hay también una dimensión psicológica en la que el pensamiento se disfraza del ayer, el hoy y el mañana. Mientras haya un observador, el espacio será el patio estrecho de la prisión, donde no hay libertad en absoluto. «Pero nos gustaría preguntar si está usted tratando de expresar la idea de un espacio sin observador. Esto parece totalmente imposible, o podría ser una fantasía suya». La libertad, señor, no está dentro de la prisión, por más confortable y decorada que esté. No es posible sostener un diálogo libre dentro de los límites de la memoria, del conocimiento y la experiencia. La libertad le exige que rompa las paredes de la prisión, por muy cómodo y satisfecho que usted se sienta dentro del espacio limitado del desorden, de la esclavitud, de los afanes que implica vivir dentro de esos límites.

La libertad no es relativa; o hay libertad o no la hay; si no la hay, entonces tiene uno que aceptar esta vida estrecha, limitada, con sus conflictos, sus aflicciones y su sufrimiento, e introducir simplemente un pequeño cambio aquí y allá.

La libertad es espacio infinito. Cuando falta espacio hay violencia; nos sucede lo que al ave de presa, lo que al pájaro que reclama su espacio, su territorio, por el cual luchará. Puede que, en el marco coercitivo de la ley y la policía, se consiga que la violencia sea relativa, por la misma razón que el espacio limitado por el que luchan las aves de presa y los demás pájaros desata una violencia limitada. Pero mientras el espacio entre el hombre y el hombre sea limitado, la agresión tiene que existir.

«¿Está usted tratando de decir, señor, que el hombre estará siempre en conflicto consigo mismo y con el mundo mientras viva dentro de la esfera de su propia creación?».

Cierto, señor. Y así llegamos a la cuestión primordial, que es la libertad. Dentro de la estrecha cultura de la sociedad, no hay libertad, y por ese motivo hay desorden. Como vive en este desorden, el hombre busca la libertad en ideologías, en teorías, en lo que él llama Dios. Pero ese escape no es libertad, sino una vez más el patio de la prisión que separa a un hombre de otro. La cuestión es si, habiéndose impuesto a sí mismo este condicionamiento, el pensamiento puede romper esta estructura, ponerle fin e ir más allá y por encima de ella. Es obvio que no, y ése es el primer factor que debemos comprender. No es posible que el intelecto construya un puente entre sí mismo y la libertad. El pensamiento, que es la respuesta de la memoria, de la experiencia y del conocimiento, es siempre viejo, como lo es el intelecto; y lo viejo no puede construir un puente que conduzca a lo nuevo. El pensamiento es esencialmente el observador con sus prejuicios, temores y ansiedades, y es obvio que este pensamiento, esta imagen, a causa de su aislamiento crea una esfera a su alrededor, lo cual crea una distancia entre el observador y lo observado. El observador trata de establecer una relación a la vez que preserva esta distancia, y lo que consigue es desatar el conflicto y la violencia.

En todo esto no hay fantasía. La imaginación, cualquiera que sea su forma, destruye la libertad. La libertad está más allá del pensamiento; la libertad es el espacio infinito, que no es obra del observador. El encontrar esta libertad es meditación.

No hay espacio sin silencio; y el silencio no es algo que el tiempo, concretado en el pensamiento, pueda crear. El tiempo nunca le llevará a uno a la libertad; el orden sólo es posible cuando el corazón no está amordazado con palabras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario