viernes, 22 de octubre de 2010

DISCERNIMIENTO

DISCERNIMIENTO

1) Krishnamurti: A los pies del Maestro

Se denomina así, generalmente, a la facultad de distinguir entre lo real y lo ilusorio, y la cual guía a los hombres para entrar en el Sendero. Pero también es mucho más que esto, y debe practicarse no tan sólo en los comienzos del Sendero, sino en cada una de sus etapas, diaria­mente, hasta el fin.

Vosotros entráis en el Sendero porque habéis aprendido que tan sólo en él pueden encontrar­se las cosas dignas de ser alcanzadas. Los que no saben esto trabajan para adquirir riqueza y poder, pero esto dura a lo más una vida tan sólo y, por lo tanto, no es real. Hay bienes ma­yores, reales y perdurables, cuando los hayáis alcanzado, ya no desearéis jamás aquellos otros.

En el mundo hay dos clases de seres: los sa­bios y los ignorantes. Esta sabiduría es la que nos interesa. La religión que un hombre profe­se, la raza a que pertenezca, importan poco; lo realmente importante es que los hombres co­nozcan el plan Divino. Porque el plan de Dios es la evolución. Una vez que el hombre realmente lo reconoce, no puede sino identificarse con sus designios y trabajar de acuerdo con él, porque es tan glorioso como bello. Así, conociéndolo, permanece al lado de Dios, firme para el bien y resistente contra el mal, trabajando para la evolución y no por egoísmo.

Si está al lado de Dios, está unido a nosotros, y no importa lo mínimo que se llame hindú o buddhista, cristiano o mahometano, ni que sea indio o inglés, chino o ruso. Los que están al lado de Dios saben por qué están aquí y cuál es su misión, y procuran cumplirla; los demás no saben todavía lo que han de hacer, y así obran a menudo erróneamente e intentan trazarse vías que imaginan placenteras sin comprender que todos somos uno y que, por lo tanto, tan sólo lo que el Uno quiere puede ser verdaderamente agradable para todos. Ellos van en pos de lo irreal, en vez de lo real. Hasta que aprendan a distinguir entre los dos, no se colocarán al lado de Dios, y, para aprenderlo, discernimiento es el primer paso.

Pero, aun después de efectuada la elección, debéis recordar que hay muchas variedades de lo real y lo irreal, y por lo tanto debemos dis­cernir también entre lo justo y lo injusto, lo esencial y lo accesorio, lo útil y lo inútil, lo verdadero y lo falso, lo egoísta y lo altruista.

Aquellos que, deseosos de seguir al Maestro, han resuelto servir a lo justo a toda costa, no hallan dificultad en la elección entre lo justo y lo injusto. Pero el cuerpo es distinto del hom­bre, y la voluntad del hombre no siempre coin­cide con el deseo del cuerpo. Cuando vuestro cuerpo desee algo, deteneos a pensar si vosotros realmente lo deseáis. Porque vosotros sois Dios, y queréis únicamente lo que Dios quiere; así, debéis buscar profundamente en vosotros mis­mos para hallar el Dios interno y escuchar Su voz, que es vuestra voz. No confundáis con vos­otros mismos ni vuestro cuerpo físico, ni vues­tro cuerpo astral, ni vuestro cuerpo mental, porque cada uno de ellos pretenderá ser el Yo, a fin de obtener lo que desea. Debéis conocerlos todos y reconoceros por su dueño.

Cuando se ha de hacer un trabajo, el cuerpo físico quiere descansar, pasear, comer y beber; y el ignorante se dice a sí mismo: "Yo quiero hacer estas cosas y debo hacerlas." Pero el sa­bio dice: "Lo que en mí desea no soy yo, y pue­de esperar." A menudo, cuando se presenta alguna oportunidad para ayudar a alguien, el cuerpo incita a pensar: "¡Qué molestia me cau­sa esto! Dejemos que otro lo haga." Pero el hombre le replica a su cuerpo: "Tú no me es­torbarás para practicar el bien."

El cuerpo es nuestro animal, el caballo en que cabalgamos. Por lo tanto, debéis tratarlo y cui­darlo bien; no debéis fatigarlo; debéis alimen­tarlo tan sólo con comidas y bebidas puras, y llevarlo escrupulosamente limpio de la más leve mancha. Porque sin un cuerpo perfectamen­te limpio y sano no podríais llevar a cabo el arduo trabajo de preparación, ni podríais sopor­tar el esfuerzo incesante. Pero vosotros debéis gobernar constantemente al cuerpo, nunca el cuerpo a vosotros.

El cuerpo astral tiene sus deseos a docenas; él os inclina a la cólera, a la injuria, a la envi­dia, a la avaricia, a codiciar los bienes ajenos, a sumiros en la depresión. El cuerpo astral quie­re todas estas cosas y muchas más, no porque desee perjudicaros, sino porque le gustan las vibraciones intensas, así como el cambio cons­tante de ellas. Mas vosotros no necesitáis estas cosas, y por esto debéis saber distinguir entre vuestros deseos y los de vuestro cuerpo.

Nuestro cuerpo mental desea pensar orgullosamente que es algo separado de lo demás; pen­sar dándose mucho valor a sí mismo y poco a los otros. Aun cuando lo hayáis apartado de las cosas mundanas, persiste en especular sobre sí mismo, en incitaros a pensar en vuestros pro­pios progresos, en vez de pensar en la labor de los Maestros y en ayudar a los demás. Cuando meditéis, tratará de haceros pensar en las di­ferentes cosas que él desea, en vez de pensar en lo que vosotros queréis. Vosotros no sois esta mente, sino que ella está a vuestro servicio, y así también en este caso es necesario el discer­nimiento. Debéis vigilar constantemente, so pe­na de fracaso.

El Ocultismo no tiene compromiso entre lo justo y lo injusto. Debéis hacer a toda costa lo justo; debéis dejar de hacer lo injusto, sin importaros lo que el ignorante piense o diga. Debéis estudiar profundamente las leyes ocul­tas de la Naturaleza, y cuando las conozcáis, ordenad vuestra vida de acuerdo con ella, em­pleando siempre la razón y el sentido común.

Debéis saber distinguir lo importante de lo secundario. Firmes como una roca cuando de lo justo y de lo injusto se trate, dad siempre la razón a los demás en cosas de poca importan­cia. Porque debéis ser siempre amables y cari­ñosos, razonables y condescendientes; habéis de conceder siempre a los demás la misma liber­tad que necesitáis para vosotros mismos.

Tratad de ver lo que es más meritorio que hagáis, y recordad que no debéis juzgar las co­sas por su aparente grandeza. Es mucho más meritorio hacer una cosa mínima pero útil a la labor del Maestro, que otra de mayor apariencia de las que el mundo llama buenas.

Debéis distinguir no tan sólo entre lo útil y lo inútil, sino entre lo más útil y lo menos útil. Alimentar a un pobre es bueno, útil y noble; pero alimentar su alma es todavía más noble y más útil que alimentar su cuerpo. Cualquier rico puede alimentar el cuerpo de un necesitado, pero tan sólo los sabios pueden alimentar su alma. Si sois sabios, vuestro deber es ayudar a otros en el logro de la sabiduría.

No obstante, por sabios que seáis, tenéis mu­cho que aprender en este Sendero, y por esto también en él es preciso el discernimiento. De­béis pensar cuidadosamente lo que es mejor que aprendáis. Todo conocimiento es útil, y llegará un día en que lo alcancéis; pero mientras tan sólo poseáis una parte, cuidad de que ésa sea la más útil.

Dios es tanto Sabiduría como Amor, y cuanta más sabiduría alcancéis, mejor podréis mani­festar a Dios. Estudiad, pues; mas, en primer lu­gar, estudiad lo que os ayude a ayudar a los otros. Estudiad pacientemente, no porque los hombres os llamen sabios, ni aun por tener la dicha de serlo, sino porque tan sólo el sabio puede ayudar sabiamente. Por mucho que de­seéis ayudar, si sois ignorantes, podréis hacer más mal que bien.

Debéis saber distinguir lo falso de lo verda­dero; debéis aprender a ser verídicos en todas las circunstancias, en pensamiento, en palabra y en obra.

Primero en pensamiento; y esto no es fácil, porque en el mundo hay muchos pensamientos falsos, muchas supersticiones tontas, y nadie que esté esclavizado por ellas puede progresar. así pues, no debéis sostener una idea precisa­mente porque otros la sostienen, ni porque se haya creído en ella durante siglos, ni porque esté escrita en algún libro que los hombres tengan por sagrado. Debéis pensar acerca de aquel asunto por vosotros mismos, y juzgar si es razonable. Recordad que la opinión de un mi­llar de hombres acerca de algún asunto que des­conozcan no tiene ningún valor. Los que pien­san hollar el Sendero deben aprender a pensar por sí mismos, porque la superstición es uno de los mayores males del mundo, una de las liga­duras de que totalmente debéis desembarazaros.

En lo tocante a los demás, vuestros pensa­mientos deben ser verídicos; no debéis pensar acerca de nadie lo que no sepáis. No supongáis que los demás están siempre pensando en vosotros.

Si un hombre hace algo que parezca perjudi­caros, o dice algo que creáis que se refiere a vosotros, no penséis entonces: "Quiere ofender­me." Probablemente ni siquiera piensa en vosotros, porque cada alma tiene sus propias tribu­laciones y pensamientos, que flotan principal­mente alrededor de ella. Si un hombre os habla colérico, no penséis: "Me odia, trata de herir­me." Quizá otra persona o alguna otra cosa lo han contrariado, y porque tropieza eventual­mente con vosotros, descarga su cólera en vos­otros. Él obra imprudentemente, porque toda clase de cólera es prueba de insensatez; pero vosotros no os debéis formar de él un juicio equivocado.

Cuando seáis discípulos del Maestro, podréis poner siempre a tono la pureza de vuestros pen­samientos comparándolos con los Suyos. Porque el discípulo es uno con su Maestro, y debe pro­curar fundir su pensamiento con el Suyo y ver si coinciden. Si no están a tono, su pensamiento no es recto, y debe variarlo inmediatamente, porque los pensamientos del Maestro son per­fectos, puesto que Él lo sabe todo. Los que to­davía no han sido aceptados por Él, no pueden hacerlo del todo; pero pueden ayudarse mucho deteniéndose a pensar a menudo: "¿Qué pen­saría el Maestro en estas circunstancias?" "¿Qué haría o qué diría el Maestro acerca de esto?" Porque no debéis nunca hacer, decir o pensar lo que no podáis imaginar al Maestro haciéndo­lo, diciéndolo o pensándolo.

Aun al relatar habéis de ser verídicos, exactos y sin exageración.

Nunca atribuyáis intenciones a otro; tan sólo su Maestro conoce sus pensamientos, y él puede estar obrando por razones de que no tenéis idea. Si oís que dicen algo en contra de alguna per­sona, no lo repitáis; podría no ser verdad, y aun cuando lo fuese, es caritativo callar. Pensad bien antes de hablar, no sea que incurráis en inexactitudes.

Sed verídicos en la acción; jamás pretendáis ser otro del que sois, porque toda pretensión sirve de impedimento a la pura luz de verdad que debe brillar a través de vosotros como la luz del sol brilla a través de un diáfano cristal.

Debéis distinguir entre el egoísmo y el desin­terés; porque el egoísmo se presenta bajo mu­chas formas, y cuando creáis que al fin lo habéis destruido en algunos de sus aspectos, surge en otro tan fuerte como siempre. Pero gradualmen­te os irá animando tan por completo el pensa­miento de ayudar a los demás, que no habrá lu­gar ni tiempo para pensar en vosotros mismos.

También debéis distinguir en otro sentido. Aprended a reconocer a Dios en todos los seres y en todas las cosas, prescindiendo del mal que puedan presentar en la superficie. Podéis ayu­dar a vuestros hermanos por medio de lo que te­néis de común con ellos, esto es, la Vida Divina. Aprended a despertarla y a vivificarla en ellos, así los salvaréis de lo falso.

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