El orden es la acción de lo nuevo, o sea de la inteligencia La libertad es orden absoluto; ni la libertad ni el orden son relativos. Uno o bien es libre o no lo es. O bien existe un orden total en uno mismo o hay desorden. El orden es armonía. Al parecer a los seres humanos les gusta vivir en desorden tanto por fuera como en su interior. Esto se ve en la política. Todos los gobiernos son corruptos, unos más y otros menos. Están liderados por gente que en sí es desordenada, ambiciosa, engañosa, aquejada de antagonismos y vanidades personales. Por eso hay guerras económicas, los muy ricos y los muy pobres, y todas las desdichas que se derivan de las tribulaciones de la miseria. Esta confusión se constata en educación, la cual tiene como fin primordial el cultivo de la memorización del conocimiento, pasando por alto toda la estructura psicológica del hombre. Este desorden se ve expresado cuando un grupo de personas matan a otro grupo y se preparan para la guerra mientras hablan de paz. La ciencia se ha convertido en una herramienta del gobierno. Los negocios y el progreso están destruyendo la tierra, contaminando el aire y el agua de los mares. Cuando uno mira a su alrededor, ve el caos, la confusión y la tremenda desdicha exteriores. Y por dentro los seres humanos también son infelices, llevan vidas contradictorias, batallando sin fin, en conflicto, buscando seguridad y no encontrándola ni en los credos ni en las posesiones. Hay dolor en la vida y en la muerte. El desorden interior del hombre genera la estructura del desorden externo. Todos estos son hechos evidentes. Aunque hablemos de libertad, al parecer son muy pocos los que la encuentran. La educación consiste primordialmente en generar orden en nuestra vida diaria y en comprender el significado íntegro de la vida. Comprender el orden y vivir en él requiere la forma más elevada de inteligencia, pero no se nos educa para eso. Nuestro principal objetivo es la adquisición de conocimientos como medio de supervivencia, una supervivencia conflictiva en un mundo caótico. El orden es algo extraordinario. Posee su propia belleza, su propia vitalidad independiente del entorno. Uno no puede decirse a sí mismo que va a ser ordenado en su forma de ser, en sus acciones y pensamientos. Si lo hace, pronto descubre que eso crea una pauta de conducta que luego se vuelve mecánica. Este hábito mecánico del pensamiento o de la acción, y por consiguiente de la conducta, forma parte de la confusión. El orden es inmensamente flexible, sutil y ágil. No se puede confinar dentro de un marco y luego procurar vivir conforme a esa demarcación. La imitación es una de las causas de que haya confusión y conflicto. No se pueden establecer reglas para el movimiento del orden. De hacerse, entonces esas mismas reglas se convierten en la autoridad que exige obediencia y conformismo. Este es otro factor que también ha contribuido a generar sufrimiento en el hombre. Luego está la persona que tiene que tener todo lo que le rodea justo en su sitio, sin que nada esté fuera de lugar. Para dicha persona el orden consiste en que todo se mantenga en línea recta y se siente neuróticamente molesto si esa línea se tuerce o se desvía. Semejante persona vive enjaulada en su propia neurosis. En el mundo hay una serie de monjes y ascetas que han disciplinado sus mentes y sus cuerpos para obedecer; a su dios sólo se puede acceder por las puertas de la creencia y la aceptación estrictas. La disciplina es el ejercicio habitual en nombre de la virtud, del Estado, de dios, de la paz o de lo que fuere. Por consiguiente, ¿qué es el orden? La definición según el diccionario es una cosa y según el razonamiento, inclinación o temperamento personales es otra. Lo que nos interesa es el significado que consta en el diccionario y no lo que uno opine que es. Nos interesa de forma objetiva y no desde ninguna perspectiva personal. El punto de vista personal sobre cualquier cosa distorsiona lo que es. Lo importante es el hecho, no lo que uno piense acerca de lo que es. Cuando se observa todo el movimiento de la vida a partir de una reacción u opinión personal y condicionada, entonces la vida se fragmenta entre el ‘yo’ y el ‘usted’; el ‘usted’ es lo externo y el ‘yo’ es lo interno. Esta fragmentación es la causa principal de la confusión y el conflicto internos y externos. El orden surge en una mente que no está fragmentada o escindida por el pensamiento. El orden del pensamiento es una cosa y el orden de una mente íntegra es otra. El primero conduce a la maldad y el segundo al florecer de la bondad. El orden del pensamiento que se expresa en la legislación tiene su función; sin embargo, en la conducta y en la relación ese orden se convierte en desorden porque el pensamiento es la actividad de la fragmentación. El pensamiento ha dividido a la gente en religiones sectarias, en naciones, en comunistas y no comunistas, en ‘nosotros’ y ‘ellos’. No hay pensamiento sin palabra, sin imagen y símbolo. Estos son los que han dividido a las personas. El pensamiento ha constituido este mundo monstruoso y tratamos de crear un mundo nuevo mediante el pensamiento sin darnos cuenta de que el propio pensamiento es el que genera las actividades de la confusión, la división y el conflicto. El orden de una mente íntegra es algo totalmente distinto y aquí reside la dificultad. Cuando usted lee esta afirmación, la convierte en un proceso de pensamiento y de ese modo su lectura es una abstracción. Una vez ha convertido la declaración en una abstracción, usted trata de emparejarla con una abstracción que ya existe en su memoria. Cuando no hay ninguna correspondencia, usted dice que no entiende lo que esa declaración significa y dice que entiende cuando ambas abstracciones concuerdan. Sea consciente, pues, de lo que está pasando en su mente, de la rapidez con la que interviene el pensamiento, de que nunca escucha o lee con una mente desprovista de la carga del pasado. El saber es el pasado. Dicho conocimiento tiene su sentido utilitario, pero cuando se emplea en nuestras relaciones empiezan la confusión, el conflicto y el dolor. Así que el orden es la acción de lo nuevo, o sea de la inteligencia. Ahora demos vuelta atrás y examinemos todo esto. Decíamos que el orden absoluto es libertad. Este orden absoluto sólo puede existir cuando en el propio interior ha cesado toda clase de conflicto. Cuando ese orden exista, entonces uno no se planteará la cuestión del desorden en el mundo. Usted sólo se hará esa pregunta cuando usted sea el mundo y el mundo sea usted. Cuando usted no pertenezca al mundo, o sea cuando haya orden absoluto en su interior, su relación con el mundo habrá experimentado un cambio total. Usted estará en el mundo pero no formará parte de él. Sea, pues, consciente del desorden del mundo y del desorden en sí mismo. Entonces no habrá división entre usted y el mundo, sólo habrá desorden. Cuando la mente es consciente de dicho desorden sin elección, sin movimiento alguno del pensamiento, entonces el orden sobreviene por sí mismo. Lo que se induce no es orden: la invitación proviene del desorden. El orden y el desorden no están relacionados entre sí, no son opuestos. El orden no resulta del conflicto entre los contrarios: o bien hay orden o no lo hay. Cualquier pretensión de llevar una vida ordenada nace del desorden. Donde hay orden, hay humildad.
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