Era un lago muy profundo y en ambos lados se elevaban abruptos peñascos. Se podían divisar los grandes bosques de la orilla opuesta y el color primaveral de las nuevas hojas; aquella margen del lago era más escarpada, quizá con más árboles y un follaje más espeso. Esa mañana el agua permanecía en calma y tenía un color verde azulado; realmente era un hermoso lago, con cisnes, patos y, ocasionalmente, una embarcación con pasajeros.
El parque estaba muy bien cuidado y si uno se acercaba a la orilla se encontraba muy cerca del agua completamente limpia, cuya cualidad y belleza parecían penetrar dentro de uno; se podía percibir su aroma, la suave fragancia del aire, el verde césped y uno era parte de eso, moviéndose con la pausada corriente, con los reflejos y la quietud profunda del agua. Resultaba extraño experimentar una sensación tan grande de afecto, no por algo o por alguien, sino la plenitud de lo que puede llamarse amor. Lo único que importaba era sentir su misma profundidad, pero no con la pequeña mente ridícula y con los incesantes murmullos del pensamiento, sino con el silencio. El silencio es el único medio o instrumento que puede profundizar en ese algo que elude a una mente contaminada. No sabemos lo que es el amor; conocemos sus síntomas, el placer, la ansiedad, el dolor, etcétera; tratamos de resolver los síntomas, lo cual se vuelve un deambular en medio de la oscuridad y empleamos nuestra vida en eso, hasta que finalmente llega la muerte. Allí, mientras uno permanecía en la orilla del lago contemplando la belleza del agua, todos los problemas humanos, los problemas de las instituciones, la relación del hombre con el hombre, lo cual es la sociedad, todo eso encontraría su justo lugar si uno de forma silenciosa pudiera profundizar en esta cosa que llamamos amor. Hemos hablado muchísimo sobre el amor; todo joven dice que ama a alguna mujer, el sacerdote a su dios, la madre a sus hijos y, por supuesto, el político juega con eso. En realidad hemos desvalorizado esa palabra cargándola con unos valores sin sentido producto de nuestros estrechos y mezquinos yoes. En este pequeño contexto limitado tratamos de encontrar esa otra cosa, pero amargamente regresamos a nuestra confusión y desdicha de todos los días. Sin embargo, esa cosa estaba allí, en el agua, en todo lo que había alrededor, en la hoja, en el pato que trataba de engullir un pedazo grande de pan, en la mujer que pasaba cojeando; no era una identificación romántica ni una astuta verbalización racionalizada, sino que estaba allí, tan real como ese automóvil o aquel barco. El amor es la única cosa que dará respuesta a todos nuestros problemas; no, no una respuesta, porque entonces no habría más problemas. Tenemos problemas de todas clases y tratamos de resolverlos sin ese amor, por eso se multiplican y crecen. No es posible alcanzarlo o retenerlo pero, a veces, si permanecemos a la orilla del camino o junto al lago observando una flor, un árbol o al granjero labrando la tierra, si estamos en silencio, no soñando, ni acumulando fantasías o aburridos, sino en profundo silencio, entonces, tal vez, el amor llegue a uno. Si viene, no trate de atraparlo, no lo atesore como una experiencia; una vez eso le toque, usted nunca más volverá a ser el mismo. Permita que eso actúe y no su codicia, su ira o su justificada indignación social, porque el amor es realmente muy intenso, indómito, y su belleza nada tiene de respetable. Sin embargo, no lo queremos porque sentimos que podría ser demasiado peligroso. Somos animales domesticados dando vueltas en una jaula que hemos construido para nosotros mismos, una jaula con sus rivalidades, sus disputas, sus intolerables líderes políticos, sus gurús que explotan nuestra vanidad y la suya propia con gran delicadeza, o groseramente; dentro la jaula podemos tener anarquía u orden, lo cual se convierte finalmente en desorden. Esto ha venido sucediendo durante muchos siglos, avanzamos y retrocedemos, modificamos los patrones de la estructura social, quizá acabamos con la pobreza aquí o allá, pero si consideramos todo eso lo más importante, entonces perderemos lo otro. De vez en cuando uno debe permanecer solo y, si es afortunado, el amor puede llegar, ya sea con el caer de una hoja o desde aquel distante árbol solitario en medio de un campo desierto.
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